Cerrado en 2020 reabre bajo la mano de @urrechu_

Cumplido otro sueño. Comer en Zalacaín es una religión, un arte, un momento único.

Tras la reapertura gracias a la valentía y apuesta de Grupo Urrechu el restaurante conserva la esencia y el carisma que le ha caracterizado durante estos casi 50 años en activo….Sus platos, su elegancia, la solera de la amplia cocina y parte del servicio en sala original, la carta no por breve menos intensa, la sensación de formar parte de un momento único como comensal….

Iñigo Urrechu ha sabido equilibrar el peso de la tradición con la necesidad de actualizar según qué criterios (ya no es necesaria la corbata, tan sólo manga larga en camisas para hombres…¡acierto!)

Y con Jorge Losa al frente de cocinas consigue no perder la solemnidad que el lugar, primer 3 Estrellas Michelín de España, requiere.

La tradición manda. Tras unos apetitosos aperitivos (croqueta, miniquiche de queso y corte de foie en crujiente) probamos los famosísimos raviolis rellenos de setas, trufa y foie. Un clásico que se mantiene en carta desde casi la apertura del local y que aparece, en mi opinión, con la salsa pidiendo mayor reducción, un pelín clareada. Aún así el relleno embriaga de sabor y textura el bocado.

El bacalao, otro clásico, creomoso y al punto da paso a los dos platos estrellas que no dejamos pasar la ocasión de probar: el steak tartar y el solomillo Wellington. Y aquí llega la explosión.

Los que me seguís conoceis mi afición a los steaks. Este es el Templo de esta preparación de carne cruda macerada. Lo preparan en mesa, con el punto justo de picante que el comensal requiere y con las patatas suflé, quizás, más famosas del país. ¡No tengo palabras para definir el corte de la carne, la melosidad del conjunto, el sabroso bocado que contrasta con el crujiente de la patata explotando en boca. Repito, el mejor que he probado jamás. Podría pasarme el resto de la tarde haciendo montaditos de patata con carne pero llega el majestuoso Wellington. Acompañado de crema de granadas y salsa de 5 pimientas resulta indispensable probarlo en el lugar dónde alcanzó uno de sus grandes referentes.

El ágape se completa con una degustación de los mejores callos escogidos en el Campeonato Mundial de este plato. Absolutamente deliciosos.

Cómo no podía ser de otro modo la crepe Suzette (nacida del error de un chef que en el siglo XIX, con la mano temblorosa, hizo que cayera demasiado licor sobre su postre) culmina una comida que se vive y se recuerda como única, excepcional. El precio convierte también la ocasión en especial. Es una comida cara, no lo negaremos, pero absolutamente ceremonial y, sin duda, digna de cualquier comensal al menos una vez en la vida.


It closed in 2020 and has now been reopened by Grupo Urrechu .

Another dream fulfilled. Dining at Zalacaín is a religion, an art, a singular moment. Having reopened thanks to the courage and commitment of Grupo Urrechu, the restaurant preserves the essence and charisma that has characterized it for nearly 50 years. Its dishes, its elegance, the tradition of its large kitchen and service in the original dining room, the menu no less intense for being brief, the feeling of participating in a rare moment as a diner…

Iñigo Urrechu has found a way to balance the weight of tradition with the need to update judiciously (ties are no longer required for men, long-sleeve shirts will do…a wise decision!). And with Jorge Losa running the kitchen he manages to uphold the solemnity requisite of what was the first Michelin three-star in Spain.

Tradition dictates. After some tasty appetizers (croquette, cheese miniquiche and crunchy foie) we tried the legendary raviolis of mushrooms, truffle and foie. It’s a classic that has remained on the menu almost since the restaurant opened, and whose sauce, in my opinion, could use just a bit more reduction, being a tad on the light side. Even so, the filling infuses the mouth with texture and flavor.

The cod, another classic, is creamy and perfectly cooked, leading the way for the two signature dishes that we absolutely had to try: the steak tartare and the beef Wellington. And that’s where the explosion occurs. My followers know of my love for steaks, and this is the temple for fans of marinated raw meat. They prepare it tableside with just the right amount of spice and serve it with what are perhaps the most famous puffed potatoes in the country. I have no words to describe the cut of the meat, the mellowness of the combination, the delicious bite that contrasts with the crunch of the potato exploding in your mouth. I repeat: the best I’ve ever tried. I could have spent the rest of the afternoon making little potato and steak sandwiches, if it weren’t for the arrival of the majestic Wellington. Accompanied by pomegranate cream and five-pepper sauce, it simply must be tried in the place where it reached such impressive heights.

The feast is rounded out with the best stewed tripe according to the World Championship for this dish, absolutely delicious.

Naturally, the crepe Suzette (born when a 19th century chef with trembling hands let too much liqueur fall onto his dessert) culminates a meal that is experienced and remembered as unique, exceptional. The price also makes it a special occasion. It is an expensive meal, we won’t deny it, but absolutely ceremonial and unquestionably worthy of any diner at least once in their life.