Local informal y de estética industrial. 2 Estrellas Michelin, Numero 32 de la Lista 50 Best y 27 de la Lista Restaurant.
Escribo esta reseña hoy desde la pena y la decepción. Motivados por años de espera y muy recomendados por varias personas que nos instaban a ir, realizamos la reserva en @thecloveclub, en pleno corazón de Londres.
La verdad es que resulta anacrónico haber tenido una buena experiencia culinaria y una fatal experiencia en sala. Pero prefiero desahogarme con el problema que tuvimos al principio y dejar para el final lo válido de la experiencia y lo que resaltaría de la visita.
Nos decantamos por el menú completo, el largo. 7 pases en total. Entramos a las 12,45h. Salimos a las 16,45h. 4 horas. 7 platos. Si, lo que estáis pensando…un plato y medio por hora. ¿Cómo es posible?….las esperas eran interminables, desesperantes. Los que me seguís y conoceis bien sabéis que no soy de queja fácil y admito cualquier incomodidad en una experiencia gastro como un contratiempo, sin intentar darle mayor importancia…pero en esta ocasión estuvimos a punto de levantarnos. Decir que teníamos cita en el teatro (cosa que era cierta) a las 19h y que debíamos pasar por el hotel antes. No es que el servicio fuera desagradable, todo lo contrario. El sumiller, español recién llegado al local, procuraba distraernos y completar nuestra visita con su diálogo, pero era flagrante, complicado de superar…. Dicho esto paso a la comida que fue, por suerte, un punto a favor de la visita.
McHale es un escocés que, llegado desde las cocinas de Noma, tomó la decisión de mostrar la parte desconocida de la gastronomía británica. Productos desconocidos, formas de cocción adecuadas y una forma diligente y renovada de poner en un plato una tradición no demasiado arraigada en años ni en sabores.
Tras unos pequeños bocados iniciales abre el menú la ensalada de berenjena a la brasa, los frijoles negros estofados, la cebolla en tarta tatin y los champiñones a la parrilla con salsa de pan. Tras esto un consomé que aderezan con vino de madeira añejo. La segunda parte del menú me convence mucho más que la primera con el pato con coliflor, las salchichas a la brasa y el chile habanero a la parrilla en forma de granizado. El mejor plato, sin duda, el postre. Una mosse tibia de patata con helado de caramelo y mousse de café.
Se nota que todo tiene un sentido, que los platos nacen de un espíritu innovador de plasmar una cultura y una tierra poco prolífica, a veces, en tradición culinaria. Pero, en mi opinión, se queda en un localismo tibio que no permite recordar la experiencia como de las más destacadas.
Informal, industrial-style decor. 2 Michelin Stars, Number 32 on the 50 Best List and 27 on the Restaurant List.
I write this review today from a place of sadness and disappointment. After years of waiting and recommendations from several people who insisted we go, we finally made a reservation at The Clove Club (@thecloveclub), right in the heart of London.
The truth is that it seems anachronistic to have had a good culinary experience and terrible service. But I prefer to vent about the bad news first and leave the positive aspects and highlights until the end.
We decided to order the full menu, the long one. There were seven courses in total. We arrived at 12:45. We left at 16:45. Four hours. Seven dishes. Yes, that’s right, one and a half dishes per hour. How is it possible? The waits were endless, infuriating. Those of you who follow me and know me well can confirm that I’m not a big complainer and I accept any annoyances during a gastro experience as minor issues, without dwelling on them. But on this occasion, we were ready to get up and walk out of the restaurant. We almost told them we had theater tickets at 7 o’clock (which was true) and that we had to stop by the hotel first. I’m not saying the service was unpleasant, quite the opposite. The sommelier—a Spaniard who was new to the job—tried to distract us and fill the gaps with his dialog, but it was so egregious that it proved difficult to overcome. That said, I’ll move on to the food which was, thankfully, a positive point of our experience.
McHale is a Scotsman who, after having worked at Noma, made the decision to showcase the unknown side of British cuisine. To do so, he employs unfamiliar products, proper cooking methods, and a diligent and updated style of serving a tradition with few roots in time or flavors.
Following some initial small bites, the menu kicks off with the grilled eggplant salad, the stewed black beans, the onion Tarte Tatin, and the grilled mushrooms with bread sauce. Next came a consommé seasoned with aged Madeira wine. I liked the second half of the menu much more than the first, including the duck with cauliflower, the grilled sausages, and the grilled habanero chili granita. The best dish was without a doubt the dessert: a warm potato mousse with caramel ice cream and coffee mousse.
You can tell that everything makes sense and that the dishes are born out of an innovative spirit to express a culture and a land that we often don’t see much in the culinary tradition. But, in my opinion, it was no more than a lukewarm—and ultimately unmemorable—local effort.