No tiene Instagram ni RRSS. Tiene un patio-terraza estupendo para verano.

Palabras mayores. Sólo su nombre ya tiene identidad. Comentar Sacha en una reunión o mencionar que uno se ha sentado en su restaurante siempre es garantía de que has probado uno de los llamados Templos de la gastronomía en Madrid.

Apreciado por muchas guías (como mi querida @macarfi_com) y denostado por otras, el lugar no resulta indiferente. A nadie.

Sacha es una institución en el mundo gastro nacional. Su barba, su sombrero, su sabiduría y su buen hacer en los fogones no son discutidos por nadie. Un lugar dónde a diario acuden variopintos grupos de empresarios, familias, parejas, gourmands y todo tipo de comensales. Su clientela es sobre todo, fiel. Esa es, quizás, la parte más difícil de cualquier negocio. Sacha aúna tradición e innovación. Hace platos de toda la vida pero les da ese punto de innovación y frescura que los convierte en nuevos clásicos.

Hijo de gallego y vasca sus raíces culinarias aúnan esos dos mundos. Creador absoluto de la famosísima (y tan popularizada por muchos) tortilla vaga, una deliciosa lámina sobre la que caen los toppings más varopintos, como en este caso la morcilla, las piparras y las patatas o los boletus en otra…

Aconsejados por él (os recomiendo dejaros llevar a la mesa por sus recomendaciones para que os elabore el menú) probamos las milhojas de xoubas (sardinas gallegas), un espectáculo para abrir boca. Tapeamos previamente con el medregal con corazón de atún y almendras y seguimos con su también clásica e imperdible falsa lasaña de txangurro…. Una finísima capa de pasta acariciando y envolviendo a este preciado y sabroso marisco.

Sigue el festín con los bocaditos rebozados de merluza (¡como pipas!) o el suquet de carabinero, que ofrece con la cabeza del crustáceo a modo de cuchara para sorber y no dejar gota de su caldo…

Terminamos el ágape con una fina capa de oreja que marina en chimichurri casero de más de 7 años…. un espectáculo de sabor que remata la parte salada. Porque la parte dulce esconde aún grandes clásicos como la tarta de queso “disperxa” que presenta a modo de lienzo como los que años atrás ofrecía su amigo @dabizdiverxo y dónde todo está permitido: rebanar, chupar, arrastrar, lamer…..Y para los más golosos la mousse de chocolate, perfecta en textura y sabor.

Ir a Sacha, además, te permite conocer a esta gran personalidad del mundo gastronómico. Y tener el privilegio de que te cuente alguna de sus anécdotas como cineasta, fotógrafo o relatador de historias es, además, un motivo más para no perderse la visita.


It doesn’t have an Instagram account or any social media. It has a wonderful patio-terrace for summer.

Big words. Its name alone speaks for itself. Mentioning Sacha at a get-together or commenting that you’ve sat at his restaurant is always a guarantee that you’ve tried one of Madrid’s so-called “temples of gastronomy”. Well-rated by many guides (like my beloved Macarfi (@macarfi_com)) and maligned by others, the place never fails to make an impression. On anyone.

Sacha is an institution on our national culinary map. His beard, his hat, his wisdom, and his expertise in the kitchen are undisputed. It’s a place where all variety of business people, families, couples, gourmands, and every other kind of diner come to eat on the daily. The clientele is loyal above all else. That, perhaps, is the most difficult part of any business. Sacha brings together tradition and innovation. He makes time-honored dishes but gives them that touch of innovation and freshness that transforms them into new classics.

The son of a Galician father and a Basque mother, his culinary roots blend those two worlds. He’s the absolute creator of the super famous — and so popularized by many — “lazy omelet,” a delicious layer sprinkled with the widest range of toppings, like in our case blood sausage, pickled chili peppers, and potatoes, or boletus.

Following his recommendations (I suggest letting him do the ordering to formulate the menu), we tried the millefeuille of xoubas (Galician sardines) — a spectacle to whet your appetite. We had already had some tapas of amberjack with tuna heart and almonds, and we continued with the classic and unmissable spider crab false lasagna: a wafer-thin veneer of pasta caressing and enveloping this prized and delicious seafood.

The feast continued with the battered hake bites (like sunflower seeds!) and the shrimp stew, served with the head of a crustacean as a kind of spoon to slurp it up and not leave a single drop on the plate. We finished the meal with a thin layer of pork ear marinated in homemade chimichurri for more than 7 years — a spectacle of flavor that caps off the savory courses.

Because the desserts still have some great classics in store, like the “disperxa” cheesecake presented like a canvas — as his friend Dabiz Muñoz (@dabizdiverxo) did years back — where anything goes: slicing in, slurping up, swiping through, and licking off. For those with even more of a sweet tooth, there’s the chocolate mousse, perfect in texture and flavor.

Going to Sacha also gives you the opportunity to meet this great figure in the culinary world. Having the privilege of hearing some of his anecdotes from when he was a filmmaker, photographer, or storyteller is just one more reason not to miss out.