Nandu Jubany tiene tambien el restaurante Can Carlitos, en el puerto de Formentera.

No sabéis qué placer orgánico me produce visitar (¡por fin!) lugares que durante tanto tiempo he seguido, admirado y deseado….Una vez más la gira adscrita al tour del espectáculo One Man Show, la que conlleva la parte gastro de todas esas paradas, nos permite recalar en Aragón. Zaragoza es ya epicentro de muchas cosas. Lo era de viaje, con esa magnífica parada de AVE que les ha abierto tantos caminos y kilómetros y ahora vive un excelente momento gastro dónde, sin duda, @cancook_restaurante es su mayor referente.

@chef_ramsesgonzalez y @diegomillancortes forman un dúo magistral a la cabeza de este lugar. Ramsés es un joven chef cubano que logró su primera estrella hace 4 años, al lado de Diego, jefe de sala y summiller que complementa y redondea este binomio de éxito.

El lugar es, ya en sí, una primera parada. Un magnífico y amplio local de altos techos y apariencia diría que casi teatral, un espectáculo para la vista de entrada.

El juego de luces, texturas, escaleras y pisos les permite hacer varias paradas en el recorrido. Un expositor inicial da la bienvenida, recibe al comensal y le muestra los productos del día que degustará en el interior. Ahí aparece Ramsés, con el brillo en los ojos de quien desde la juventud no ve el oficio como una colina sino como la mejor forma de ascender sin caer en el intento.

En la parte baja del local se permite al visitante parar, degustar los primeros bocados (magnífica la sobrasada con miel, la botarga con almendra y piparra y los tragos iniciales versionando el vermut en esférico comestible, por ejemplo.

Tras sus dos primeras estaciones la sala se abre elegante y tremendamente atractiva para los que, como nosotros (ya lo sabéis los que me lees) adoramos las barras. Ramses parece habernos leído el pensamiento. Sentados frente a él la experiencia se torna más personal, más exclusiva.

Disfrutamos del tomate con nieve nitro, el rábano con caviar y nata, el puerro asado con papada o el guisante con wasabi y sake. Delicioso plato verde que complace y convence. La segunda parte del recorrido aún guarda gratas sorpresas como la cigala y el rodaballo, aderezados con sabores ligeramente ahumados, potentes y perfectamente alineados en búsqueda de dos platos magníficos y, sin duda, mi favorito, el pichón. Lo trabaja con un calabacín colorido y cromático y su propio paté. Un bocado deliciosamente elaborado que habla, y mucho, del buen hacer de este chef en cocina….

Es necesario plasmar Aragón en un plato, es tremendamente justo reconocer la tarea de Ramses y Diego en la búsqueda de todas esas múltiples expresiones gastros, pequeños productores, productos locales y mucho trabajo en, por ejemplo, el espacio de I+D dónde todo se idea y nace. Son dos personas muy reconocidas y queridas en la comunidad gastronómica y, creo, que parte de esa estima valora también esa apuesta por lo cercano, lo cotidiano, lo que pasa desapercibido…

La parte dulce es casi tan prolífica en sabores y colores como la salada. El blanco inmaculado de la leche fresca, el chocolate del pan tostado con cereales o el bicolor del pequeño sandwich de aceituna negra con limón y chocolate blanco.

Los petit fours son ya el estallido de todo lo que uno es, desde dónde nace….Unos petits fours que homenajean a su tierra, a esa Cuba natal que lleva en sus genes y que marca, probablemente, la intensidad de un trabajo que os recomiendo, y mucho, conocer.


Nandu Jubany also has the restaurant Can Carlitos in the port of Formentera.

You can’t imagine the natural pleasure it gives me to (finally!) visit places that I’ve been following, admiring, and craving for so long. The tour for the One Man Show has once again given us the opportunity for gastronomic discoveries, on this occasion in Aragón. Zaragoza is now the epicenter of many things. It was for travel, with that wonderful AVE stop that opened up so many excursions and miles, and now it’s having an excellent foodie moment in which CanCook (@cancook_restaurante) is, without a doubt, its shining star.

Ramsés González (@chef_ramsesgonzalez) and Diego Millán (@diegomillancortes) form a masterful pair at the helm. Ramsés is a young Cuban chef who earned his first star four years ago alongside Diego, the maître d’ and sommelier who complements and completes this successful duo.

The venue is, in itself, your first stop. It’s a large and magnificent space with high ceilings and an appearance I’d describe as nearly theatrical, a spectacle for the eyes upon entrance.

The play of lights, textures, stairs, and levels allows for many more stops along the way. An initial display case welcomes and greets diners, showing them the day’s products they’ll soon be enjoying inside. Then Ramsés appears, with the sparkling eyes of someone who has spent a lifetime seeing his profession not as a hill to climb but as the best way to rise without stumbling in the attempt.

On the ground floor, visitors can stop and try the first bites (the wonderful sobrassada with honey, the bottarga with almond and Piparra pepper, and the first sips of vermouth in an edible sphere.

After these two stops, the elegant dining room opens up — in an extremely attractive manner for those who, like us (my readers will already know this), adore eating at the bar. Ramses seems to have read our minds. Seated in front of him, the experience becomes more personal, more exclusive.

We tried the tomato with nitro snow, the radish with caviar and cream, the roasted leek with pork jowl, and the peas with wasabi and sake, a delicious green plate that impresses and pleases. The second part of the meal has more nice surprises in store like the Dublin Bay prawn and the turbot, dressed with powerful lightly smoky flavors that are perfectly aligned, as well as my favorite, the squab. It is served with a colorful and chromatic zucchini and pâté made from its own liver. It’s a scrumptiously prepared bite that speaks volumes of this chef’s expertise in the kitchen.

It’s necessary to capture Aragón on the plate, and it’s only right to recognize the work of Ramses and Diego in pursuit of all those gastronomic expressions, small-scale farmers, local products, and hard work — on, for instance, the R&D space where all of it is envisioned and born. They are two renowned and beloved people in the culinary community, and I think it’s partly due to their commitment to the local, to the everyday, to what goes unnoticed.

The desserts are just as prolific in flavors and colors as the savory dishes: the pristine white of the fresh milk, the chocolate of the toasted grain bread, and the two-tone of the small sandwich of black olive with lemon and white chocolate.

The petit fours are the explosion of everything the chef is and where he comes from. They pay tribute to his Cuban homeland, which he carries in his genes, and which most likely sparks the intensity of his work, which I highly recommend.