Considerado un Templo de la Gastronomía. Escogido el 3er mejor restaurante del mundo según la lista 50 World’s Best.
Tras años para intentar cuadrar la visita, pandemia de por medio, logramos llegar a este precioso, bucólico y paradisíaco paraje en el valle de Atxondo, digno de visita sólo por su ubicación y paisaje. La visita, tal y como pasaba con El Bulli, comienza con la expectación por el trayecto, la emoción que supone avanzar kilómetros y acercarse a uno de los Templos de la parrilla y la brasa del país.
Tras iniciar nuestro ágape en la terraza, en un día soleado y fresco, absolutamente primaveral, el menú arranca con un par de aperitivos deliciosos, con anchoa sobre pan tostado con tomate y chorizo casero, picantito y en su punto perfecto de grasa.
Tras ello degustamos la burrata de búfala (criados por ellos mismos) con crema de maíz, la zamburiña a la brasa con daikon (raíz perteneciente a la familia del rábano), longueiron (bivalvo, como la navaja, pero más jugoso y alargado), zizas (setas) con trigueros, kokotxa a la brasa con pimiento asado, guisante lágrima, ventresca de atún de almadraba con caldo del propio pescado y tomate y besugo con su pilpil. Todo pasado de esa forma mágica y sutil por la brasa, con su punto de crujiente y ahumado pero quizás un punto bajo de temperatura (especialmente el atún).
El menú avanza, quizás, de forma demasiado pausada… Nuestra gran suerte es que compartimos mesa con Álvaro Palacios, buen amigo y gran enólogo, que nos hace la selección de vinos y ameniza con su sabiduría y anécdotas los pasos entre un plato y otro.
Finalmente, y gracias a Xosé Portas, degustamos dos piezas especialmente seleccionadas por él, un lomo alto de vaca y un lomo alto de buey que se convierten en la excelencia total de la experiencia. Carne sabrosa, consistente pero suave y perfectamente tocada por las brasas de Bittor.
Con la sensación de que el menú no ha estado a la altura de comentarios y opiniones que durante tantos años he acumulado (¡me faltaron las angulas y el caviar a la brasa del que tanto había oído hablar!), llega el momento de los postres e, inesperadamente, la sensación de originalidad y frescura vuelve a mi paladar.
El helado de ricotta de cabra con jugo de remolacha es de los remates dulces más deliciosos que he probado en los últimos meses. La tarta de queso cumple su inclusión en rankings de las mejores del País Vasco y el soufflé de dos chocolates convence y conquista. Postres a la altura totalmente.
Conocer a Bittor es otra conquista. Su fama de bohemio, esquivo y totalmente fuera de circuitos comerciales y de promoción agrandan la sensación de que hemos vivido algo único. Hace años que corre la voz de que el día menos pensado Etxebarri cerrará sus puertas, y se habrá terminado una experiencia mística, única e irrepetible. Esa sensación, la satisfacción de haber vivido algo único convierte el menú en un recuerdo que seguro que el paso de los años agranda.
Considered a Temple of Gastronomy. The third best restaurant in the world according to the World’s 50 Best Restaurants list.
After years of trying to schedule a visit, with the pandemic in the middle, we finally made it to this beautiful, rustic and idyllic spot in the Atxondo valley, worth a trip for the location and landscape alone. The experience, just like at El Bulli, begins with the building expectation of the drive, and the excitement of covering miles of road to reach one of the country’s temples of the grill and hot coals.
We started our feast on the terrace, on a quintessentially spring day of sunny skies and cool temperatures. The menu kicks off with anchovy on toast with tomato and homemade chorizo, spicy and perfectly fatty.
Next we had the buffalo burrata (home grown) with creamed corn; the chargrilled variegated scallop with daikon (a root from the radish family); the pod razor (a bivalve similar to a razor clam, but longer and juicier); zizas (St. George mushrooms) with asparagus; grilled fish cheeks with roasted pepper, tear peas, Almadraba tuna belly with its broth and tomato; and red sea bream with pil-pil sauce. Everything is magically and subtly transformed by the coals, with just the right amount of crunch and smoke, but perhaps somewhat lacking in temperature (especially the tuna).
The menu progresses a bit too slowly. We had the great fortune of sharing a table with Álvaro Palacios, a good friend and great wine expert, who selected our bottles and livened up the waits between courses with his wisdom and anecdotes.
Finally, we had two pieces specially selected by Xose Portas: two beef rib-eyes, one from a male and the other from a female, that raised the bar of excellence for the entire experience. The meat was flavorful, consistent but tender, and perfectly cooked by Bittor.
When it came time for dessert, just as I was feeling that the menu wasn’t living up to the raves and reviews it had accumulated over the years (I didn’t get to try the elvers or the grilled caviar I had heard so much about!), it was then that the burst of originality and freshness returned to my palate unexpectedly.
The goat ricotta ice cream with beet juice is one of the most delicious sweet courses I’ve tried in recent months. The cheesecake deserves its spot in the rankings among the best in the Basque Country, and the double chocolate soufflé impressed and amazed. The desserts absolutely live up to the hype.
Meeting Bittor is another victory. His reputation as bohemian, aloof and completely unrelated to the world of business and promotion, exacerbate the feeling of having experienced something unique. It’s been years since word got around that Etxebarri would be closing its doors someday when least expected, and the mystical, unrivaled and incomparable experience would come to an end. That feeling, the satisfaction of having lived something unique, ensures the memory will grow with the passage of time.